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Historia de las vacunas (1): Edward Jenner
El 14 de mayo de 1796, el cirujano inoculó a James Phipps, un niño de ocho años, material obtenido a partir de una llaga de viruela de vaca
A lo largo de la historia de la Humanidad ha habido enfermedades como la viruela, el sarampión, la difteria, la tosferina, la fiebre tifoidea, la tuberculosis, la poliomelitis, las paperas o la rubeola que hoy prácticamente han desaparecido y ello ha sido posible gracias a las vacunas.
A lo largo de la historia de la Humanidad ha habido enfermedades que hoy prácticamente han desaparecido y ello ha sido posible gracias a las vacunas
Pero antes de que Eduard Jenner descubriese la vacuna de la viruela, en 1796, y de que Richard Dunning utilizase por primera vez el término vacuna, atribuyendo su origen al termino latino que hacía referencia a las vacas -vacca-, se produjeron cientos de epidemias, que provocaron incluso más muertes que cualquier conflicto bélico.
Un claro ejemplo de la virulencia de estas epidemias fue la muerte de miles de indígenas que habitaban los nuevos territorios descubiertos por los europeos, y su asentamiento en las colonias creadas en Asia y África. La falta de anticuerpos de los habitantes del Nuevo Mundo ante las enfermedades más comunes de Europa diezmó la población considerablemente. Te lo contamos en conideintelligente.com, el portal de la gente intelligente.
China, 1661
Ya en la antigua Grecia, hacia el siglo V a.C., Tucídides comprobó que aquellas personas que atendían a pacientes con patologías infecciosas rara vez contraían la enfermedad.
Durante la Edad Media, ya se dieron casos de intentos de variolación en China y en Turquía. Sin embargo, la primera constatación de la puesta en práctica de esta técnica se produce en 1661, en China.
La primera constatación de la práctica de la variolación se produce en el año 1661, en China.
La primera constatación de la práctica de la variolación se produce en el año 1661, en China.
El emperador K’ang vio morir a su padre como consecuencia de la viruela y decidió apoyar a sus médicos para que perfeccionasen esta técnica.
Consistía en tomar muestras de las llagas o de las costras provocadas por la enfermedad, moler este material y soplarlo a través de las fosas nasales. Recibió muchas críticas por este “temeridad”, pero como él mismo escribió (Ian Glynn y Jenifer Glyinn, La vida y la muerte de la viruela):
«Cuando autoricé probar con una o dos personas ancianas, me criticaron por esta extravagancia y fueron muchos los detractores. El coraje que reuní para insistir en su práctica ha salvado la vida y la salud de millones de hombre. Es algo de lo que me siento muy orgulloso».
Inoculación
Durante el siglo XVII numerosos médicos y científicos intentaron buscar una explicación lógica y un tratamiento eficaz para combatir las continuas epidemias provocadas principalmente por la viruela, el sarampión o la rubeola.
Estas enfermedades no distinguían entre ricos o pobres, reyes o plebeyos, habitantes del campo o de la ciudad. Sin embargo, en 1684, el médico británico Thomas Sydenham observó que la mortalidad por casos de viruela era mucho más alta entre los enfermos pertenecientes a clases más altas.
A partir de 1759 cuando comienza a extenderse el término de la palabra inoculación
Esta circunstancia le llevó a la conclusión de que los tratamientos médicos utilizados, inaccesibles para los más pobres, podrían ser mucho más perjudiciales que útiles. Y es a partir de 1759 cuando comienza a extenderse el término de la palabra inoculación.
En este año, y por sugerencia de Benjamín Franklin, el médico inglés William Heberden escribió un tratado titulado Some Account fo the Sucess of Inoculation for the smallpox in England and America.
En este documento, del que se hicieron copias que se distribuyeron de forma gratuita en las Colonias Americanas, animaba a los padres a inocular a sus hijos contra la viruela, explicando cómo podían hacerlo ellos mismos.
Frente a los partidarios de la inoculación, aquellos como el médico Matthew Maty que, en 1767, pensaba que este proceso no sería necesario si todos los adultos susceptibles de padecer la viruela murieran sin padecerla porque “la propia falta de materia variada pondría fin tanto a la viruela natural como a la artificial. La inoculación dejaría entonces de ser necesaria, y por lo tanto se dejaría de lado”. (Mathew Maty. Las ventajas de la inoculación temprana).
Benjamin Jesty, el precursor
Un primer avance del descubrimiento de Edward Jenner, considerado como el descubridor y padre de las vacunas, lo llevó a cabo un granjero y criador de ganado inglés, Benjamin Jesty.
Dorset utilizó material de una lesión de viruela de una de sus vacas para inocularlo a su mujer e hijos
Cuando en 1789 un brote de viruela azotó su localidad natal, Dorset, utilizó material extraído de una lesión de viruela de una de sus vacas para inocularlo a su mujer y a sus hijos, que se salvaron de caer enfermos.
Durante su vida, Jesty no mostró interés en describir sus resultados, sin embargo, a su muerte en 1796, su esposa hizo inscribir en su lápida: “la primera persona que introdujo la inoculación de la viruela”.
Edward Jenner, descubridor y padre de las vacunas
El médico cirujano inglés Edward Jenner fue el primero en probar la eficacia del uso del material de la viruela de las vacas para inmunizar a las personas.
La viruela de las vacas es una enfermedad poco común en el ganado, generalmente leve, que puede transmitirse a los humanos que están en contacto con las llagas provocadas en el animal por la enfermedad, y desarrollar pústulas en las manos y en otras partes del cuerpo.
El 14 de mayo de 1796, Jenner inoculó a James Phipps, un niño de ocho años, material obtenido a partir de una llaga de viruela de vaca de la mano de la lechera Sarah Nelmes.
El niño sufrió una reacción local y se sintió mal durante unos días, pero se recuperó totalmente. En julio de ese mismo año, Jenner volvió a inocularle, esta vez con el material obtenido a partir de una llaga de viruela humana.
El niño no enfermó, lo que demostró la protección que el material de la viruela de la vaca le había provocado.
Este descubrimiento supondría un antes y un después para las enfermedades infecciosas
Este descubrimiento supondría un antes y un después para las enfermedades infecciosas. Sin embargo, Jenner no lo tuvo tan fácil para que se reconociera su descubrimiento.
La Royal Society rechazó su informe y el descubrimiento recibió muy poca atención. Esta circunstancia cambió cuando Henry Cline, un cirujano compañero de Jenner que ejercía en Londres, utilizó material de vacuna seca proporcionada por Jenner para demostrar la eficacia de la vacuna. Fue el detonante para que el trabajo de Edward Jenner se conociera y cruzara el océano hasta llegar a los Estados Unidos de América.
Benjamín Waterhouse
Allí, Benjamín Waterhouse, profesor de medicina de la Universidad de Harvard, vacunó a sus hijos y escribió una carta al entonces presidente John Adams, quien había sido su compañero de habitación cuando ambos estudiaban medicina en Inglaterra.
Convencido de que su antiguo colega estaba demasiado ocupado en asuntos de estado, escribió otra carta al entonces vicepresidente Thomas Jefferson argumentando la necesidad de implementar la vacunación masiva como una herramienta de salud pública.
Waterhouse escribió una carta a Thomas Jefferson con la necesidad de implementar la vacunación masiva
El 25 de diciembre de 1800 Thomas Jefferson – el que un año después se convertiría en el tercer presidente de los Estados Unidos- respondió a Watherhouse con una carta que tituló Una perspectiva de exterminio de la viruela, y en defensa de la vacunación masiva.
En esta carta, Jefferson respondió (ref. – de Robert H. Halsey, Cómo el Presidente, Thomas Jefferson, y el Doctor Benjamin Waterhouse establecieron la vacunación como un procedimiento de salud pública):
«Ya conocía sus publicaciones sobre la vacuna de la viruela a través de los periódicos, y me interesó mucho el resultado de sus experimentos. Todo amigo de la Humanidad debe mirar con agrado este descubrimiento, por el cual se retira un mal más de la condición del hombre; y debe contemplar la posibilidad, de que las mejoras y los descubrimientos futuros puedan disminuir aún más el catálogo de los males que nos afectan»
En 1803, Waterhouse regaló esta carta a Edward Jenner en reconocimiento a su descubrimiento con las siguientes palabras: «Pensando que viniendo del Magistrado Jefe de las Américas no sería desagradable para el originador de la vacunación».
En la última década de su vida, Edward Jenner pudo ver cómo las cifras de muertes provocadas por la viruela descendieron, tal y como documentaron las Leyes de Mortalidad de Londres: Frente a los 18.447 fallecidos por viruela durante los años comprendidos entre 1791 y 1800, en la década siguiente se registraron 7.858 muertes.